lunes, 3 de enero de 2011

Comparativa cerebro hombre-mujer

Comparativa cerebro hombre-mujer

Josep M. Albaigès i Olivart

Ponencia leída en la “Jornada Mujer-Inteligencia”, organizada por Mensa, el 07.03.09 en el Espai Francesca Bonnemaison (Barcelona)

Prefacio
Diferencias morfológicas
Diferencias funcionales
Inteligencia
El cerebro y  la inteligencia
Tradicionales diferencias entre el funcionamiento del cerebro entre el hombre y  la mujer
Diferencias Hombre Mujer
Presencia de la mujer en la sociedad

No hay mente femenina. El cerebro no es un órgano sexual.
Charlotte Parking Gillman

Una chica con cerebro debería usarlo para todo menos para pensar.
Anita Loos

Prefacio
Pretender establecer comparaciones entre hombre y mujer, y especialmente en un tema como el de la inteligencia (por más que se maquille la última palabra con el eufemismo “cerebro”) es como navegar entre Escila y Caribdis: de un lado el monstruo vigilante, presto a devorar, de otro el peligro de encallar ante una frase no certera. Sin embargo, no nos hallamos aquí en una de esas tertulias televisivas tan al uso. En un entorno como el de Mensa se puede ejercer la libertad de expresión y discutir –no disputar– amigablemente las cuestiones más espinosas con una audiencia educada, inteligente y deseosa de buscar la verdad.
Para ello huiremos de los apriorismos. Establecer dogmas de partida y luego procurar que los hechos se ajusten a ellos es una actitud típicamente religiosa, no científica. Las teorías deben adaptarse a los hechos, no al revés, se avengan éstos o no con nuestras asunciones.
Pero como paso previo debemos pertrecharnos de una serie de herramientas y definiciones. La primera será estudiar el órgano por antonomasia de la inteligencia, el cerebro. Y decimos “por antonomasia” porque ciertas funciones intelectivas están relacionadas con actos reflejos, elaborados por la médula espinal, en mayor medida de lo que se pensaba. De hecho, unas sorprendentes investigaciones recientes indican que los actos considerados “conscientes” podrían sólo serlo en cuanto a la “toma de conciencia” de ellos, pero que su elaboración habría sido previa, por fuentes inconscientes[1].
De todos modos prescindiremos, por recientes y aún poco comprobados, de esos resultados para centrarnos en el estudio del cerebro, máximo órgano organizativo de la mente, definiendo ésta como “el conjunto de las actividades o procesos psíquicos conscientes e inconscientes”.
Repito la advertencia inicial: los estudios de este tipo están lastrados demasiado a menudo por prejuicios, ya machistas, ya hembristas, lo que hace muy difícil discernir sobre su seriedad científica. De hecho, el abundante material disponible estaba enmarcado en el remoto pasado por un deseo de establecer una “superioridad” masculina, mientras que hoy se tiende a la “igualdad”, también a ultranza. No cabe duda de que este último apriorismo es más bienintencionado, pero tan poco científico como el anterior. En último término, tanto las desigualdades como las igualdades descansan siempre en criterios vitales, no en hechos. Por tanto, puede concluirse que cualquier definición de “igualdad” entre poblaciones será siempre una cuestión definitoria, basada más en la dignidad que se atribuye al ser humano de cualquier sexo que en sus características observables y aun medibles.

Diferencias morfológicas
Es sabido que la dotación cromosómica es igual en el hombre que en la mujer, a excepción del famoso cromosoma Y, presente en uno pero no en la otra, lo cual induce a creer que en principio el “proyecto humano” es el mismo para ambos, y sólo la aparición de un determinado “modificador” establece finalmente la diferencia sexual, que se configuraría así como una más de las que singularizan el individuo, ni más ni menos que el color del pelo, el tono de voz o el color de la piel. Esta sencilla asunción explica por qué los hombres tienen tetillas y las mujeres clítoris, por ejemplo. La orientación sexual se origina mediante una serie de mecanismos durante el proceso de formación del feto, y resulta chocante cómo son de indistinguibles los de ambos sexos ante las pruebas ecográficas en los primeros meses. Ya nacida la persona, su sexualidad se refuerza mediante unos oportunos comportamientos, impulsados por la emisión de determinados agentes químicos, el más importante de los cuales es la conocida testosterona.
Conque pasemos ya directamente al estudio del cerebro en sí. No hace falta detenerse en su descripción, sobradamente conocida, aunque señalemos, como accidente morfológico más visible, el hecho de que se halle dividido en dos hemisferios, separados longitudinalmente y unidos por el llamado “cuerpo calloso” a modo de puente.

Zonas del cerebro

Desde el punto de vista morfológico, las diferencias entre el cerebro masculino y el femenino son mínimas, salvo en el tamaño. El cerebro de la mujer es más pequeño, proporcionado a su también menor envergadura, pero las diferencias promedias no son superiores a las que se dan estadísticamente entre cada sexo por separado o entre distintos individuos según la edad.
Podría pues concluirse que la diferencia de tamaños en los cerebros es un aspecto más de la diferencia de tamaños corporales. Sin embargo, hay quien no se conforma con esta fácil explicación. Pues, ¿de dónde proceden estas últimas diferencias? ¿Son intrínsecas en el individuo humano o proceden de algún mecanismo evolutivo?
De hecho, este tema no podía escapar al interés de los investigadores. A partir de 1959 el genetista ruso Dmitri Belyaev realizó un histórico –y prolongado– experimento para domesticar zorros. Partiendo de una población de animales salvajes fue eligiendo los más amistosos a las personas, cruzándolos y reiterando la selección durante 35 generaciones[2]. Al cabo de éstas, observó que se había producido un claro proceso de selección natural: los animales resultantes habían transformado su fiereza natural, manifestada en gruñidos, a una mansedumbre similar a la de los perros domésticos. Los zorros domesticados meneaban sus colas, lloraban al quedarse solos, buscaban más cariño, eran sumisos, ladraban como perros. Punto fundamental: este grupo tenía los cerebros más pequeños, justo lo que ocurre con los perros y gatos domesticados, que tienen también su cerebro menor que los silvestres.
Lo que induce una serie de preguntas: ¿Es la raza humana actual el resultado de un proceso de selección? Quizá los hombres han seleccionado mujeres amistosas, y éstas hombres asertivos. De hecho, el hombre de Cro-Magnon tenía una capacidad craneal superior a la nuestra (1600 cc, frente a los 1400 actuales).
Más preguntas iremos formulándonos; lo difícil es resolverlas. El ejemplo escogido muestra la precaución con que hay que adoptar conclusiones. En diversas universidades estadounidenses se han realizado durante varias décadas medidas de inteligencia, peso y capacidad craneana, sin encontrar nunca correlaciones, ni para cada sexo ni entre ellas. Por tanto, una conclusión bastante clara que se puede extraer es que, hoy por hoy, el factor tamaño no puede correlacionarse con cualidades o diferencias funcionales significativas, entre ellas la inteligencia. Una breve reflexión nos dice que de darse éstas entre hombres y mujeres también se darían entre razas, por ejemplo entre la japonesa y la caucásica.
Otro aspecto importante son las circunvoluciones cerebrales, variables según los individuos, pero tampoco correlacionadas. Han sido asociadas tradicionalmente a la inteligencia por el hecho de que en los animales son menos intensas que en el hombre (hay alguna curiosa excepción, como los delfines). Pero tampoco ha sido posible hallar diferencias significativas entre los dos sexos en el color, forma, aspecto o cantidad de las circunvoluciones.
Otro aspecto importante es el color. Sabido es que el cerebro está constituido principalmente de dos tipos diferentes de tejido, denominados materia gris y materia blanca[3], fácilmente distinguibles. La materia gris, presente también en la médula espinal y también conocida como “sustancia grisácea” está compuesta por cuerpos celulares.




Materia blanca y materia gris
Neurona (esquema)

La "materia blanca" o sustancia alba, situada bajo la materia gris, está formada por fibras nerviosas, mayormente neuronas, tipo de células del sistema nervioso cuya principal característica es la excitabilidad de su membrana plasmática; están especializadas en la recepción de estímulos y conducción del impulso nervioso, las cuales tienen mucha mielina que cubre parte de cada célula. La mielina actúa como un aislante y aumenta la velocidad de transmisión de todas las señales nerviosasEn líneas generales, pues, la materia gris representa centros de procesamiento de información, mientras que la materia blanca trabaja para enlazar estos centros.

Materia blanca y gris (vista frontal)
Materia blanca y gris (vista lateral)

La existencia de las circunvoluciones, que introducen una mayor superficie, induce a pensar que la actividad cerebral se localiza en ésta. Siendo allí donde se concentra la sustancia gris, tradicionalmente le fue asociada la actividad pensante. Sin embargo, también este punto está siendo sujeto hoy a fuertes revisiones. Para empezar, una investigación liderada por científicos del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid y del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM) revela que los adolescentes con un primer brote de psicosis de trastorno bipolar o de esquizofrenia tienen un menor volumen en la materia gris del cerebro que los adolescentes sanos. Por tanto, la función de la materia gris no sería la meramente “pensante”, sino que jugaría un importante papel en la coordinación de las funciones cerebrales.
Y hay más. El profesor de psicología Richard Haier de la Universidad Irvine de California, junto con colegas de la Universidad de Nuevo México, condujo una investigación destinada a medir las cantidades relativas de una y otra sustancia. Sus descubrimientos mostraron que en general, los hombres tienen cerca de 6,5 veces la cantidad de materia gris relacionada con la inteligencia en general comparada con las mujeres, mientras que éstas tienen casi 10 veces la cantidad de materia blanca relacionada con la inteligencia comparada con la de los hombres. Lo curioso es que estas conclusiones están contradichas por los resultados obtenidos por el científico israelí Ruben Gur, según los cuales son las mujeres quienes poseen más materia gris (células) en su cerebro y los hombres más materia blanca (fibras nerviosas). Esta flagrante contradicción en un tema que debería estar completamente resuelto a estas alturas indica hasta qué punto estamos dando palos de ciego en la investigación cerebral.
De todos modos, tuviera razón el CIBERSAM o el profesor Gur, ambos coincidieron en que no se percibían diferencias importantes en las capacidades cerebrales de los sujetos investigados. Por tanto es interesante concluir que estos resultados sugerían que la evolución humana ha creado dos tipos diferentes de cerebros, diseñados para un comportamiento inteligente de igualdad, agregando que “con la localización específica de estas áreas de generación de inteligencia, el estudio tiene el potencial de ayudar a la investigación de la demencia y otras enfermedades cognoscitivas en el cerebro”. En definitiva, que por encima de las características anatómicas, parece que existe una “adaptación” a las funciones, al modo como en la evolución las patas se transformaron en alas, por citar uno entre millones de ejemplos.
Es decir, que, en palabras llanas, los hombres piensan más con su materia gris y las mujeres lo hacen más con la materia blanca (o al revés, según cada uno de estos distinguidos investigadores). Hay que insistir en la importancia de esos resultados, que, desgraciadamente, rompían el tradicional esquema de la diferenciación entre ambas sustancias, sugiriendo que éstas solo proporcionan una ”base material” que puede ser utilizada de distintas maneras para la función pensante. En otras palabras, mientras que los hombres y las mujeres utilizan dos centros de actividad y caminos neurológicos muy diferentes, se desempeñan igualmente bien en amplias medidas de habilidades cognoscitivas, como son las pruebas de inteligencia.
De todos modos, otras investigaciones entran más a fondo en el tema. Otros científicos han señalado que en las mujeres el 84 por ciento de las regiones de materia gris y el 86 por ciento de las regiones de materia blanca involucradas en el desempeño intelectual se localizan en los lóbulos frontales, mientras que los porcentajes de estas regiones en los del hombre son 45 por ciento y cero respectivamente. Estos datos concuerdan con los datos clínicos que muestran que el daño en el lóbulo frontal de las mujeres es mucho más destructivo que el mismo tipo de daño en los hombres.
No se detectan diferencias externas en el aspecto de los dos hemisferios cerebrales, totalmente similar en ambos. Sin embargo, es necesario adelantarse a decir que cada uno procesa tipos de actividades muy distintos, especialmente en el varón. De antiguo viene la observación de las pérdidas funcionales observadas en personas con graves lesiones en uno u otro hemisferio cerebrales, a través de las cuales se han podido establecer que en cada hemisferio reside una porción particular de la mente. Por describirlo, en forma esquemática, estas funciones son las siguientes:

HEMISFERIO DERECHO

Parece ser que esta mitad es la más compleja, relacionada con la parte verbal.
Sus áreas más notables:
  • Área de Broca, que regula la expresión oral (una lesión en ella produce afasia).
  • Área de Wernicke, que tiene como función específica la comprensión del lenguaje (su lesión produce dificultad para expresar y comprender el lenguaje).
Cualidades localizadas en ella:
  • Capacidad de análisis.
  • Capacidad de hacer razonamientos lógicos.
  • Procesos abstractivos.
  • Resolución de problemas numéricos.
  • Aprendizaje de información teórica.
  • Procesos deductivos.


La parte derecha está relacionada con la expresión no verbal.
Se localiza allí (al menos en parte) la percepción u orientación espacial.
Facultad para expresar y captar emociones.
Facultad para controlar los aspectos no verbales de la comunicación.
Intuición.
Reconocimiento y recuerdo de caras, voces y melodías.
Diversos estudios han demostrado que las personas en las que su hemisferio dominante es el derecho estudian, piensan, recuerdan y aprenden en imágenes, como si se tratara de una película sin sonido, en una visión total del proceso.
 Las personas con predominio del hemisferio derecho son muy creativas y tienen muy desarrollada la imaginación.

La distinción entre hemisferio derecho e izquierdo acapara la atención en todas las revistas y libros científicos, y a sus actividades se atribuye todo tipo de disimetrías funcionales tanto en el hombre como en la mujer, a veces fantasiosamente. Por ejemplo, al sentido de giro de la famosa “bailarina informática”. Curiosamente unos afirman que el sentido dextrorsum está elaborado por el hemisferio derecho, y otros al contrario.

Ilusión óptica de la bailarina. Para unos gira a derechas, para otros al contrario, y muchos alternan ambos sentidos, incluso a voluntad. Una teoría afirma que cada sentido de giro está procesado por un hemisferio cerebral, aunque no hay acuerdo en cuál.

En otros sectores sí pueden detectarse diferencias morfológicas. Ya hemos hablado antes del cuerpo calloso, tejido fibroso que conecta los hemisferios derecho e izquierdo. Últimamente han aparecido estudios contradictorios, que por un lado aseguran que el cuerpo calloso es mayor y está más desarrollado en las mujeres y, por otro, que esas diferencias no son tan perceptibles[4]. De ser cierta la primera hipótesis, ello concordaría con la habitual apreciación de que el hombre trabaja más con el hemisferio cerebral izquierdo, lo que le permite concentrarse en determinadas funciones propias de éste, como las matemáticas, mientras que las mujeres, con una conexión más reforzada entre ambos hemisferios, trabajarían con ambos, lo que concordaría con su mayor capacidad de captación de un todo disperso.
Otro punto que merece atención es el hipotálamo, en cuya observación suelen coincidir todos los observadores. Dos áreas de éste –la preóptica y el núcleo supraquiasmático- tienen claras diferencias entre los sexos. El área preóptica está involucrada en el proceso de apareamiento. En machos de varias especies, el área preóptica es mayor. En los hombres, en concreto, unas 2,2 veces mayor que en las mujeres y contiene el doble de células. Las diferencias aparecen a partir de los cuatro años de edad; a partir de entonces, el número de células de este núcleo disminuye en las chicas. Su función exacta en el comportamiento no se conoce exactamente, aunque parece estar relacionada con la mayor inquietud sexual de los varones.

Hipotálamo

Otro punto de desigual desarrollo es el núcleo supraquiasmático, involucrado en los ritmos circadianos y los ciclos reproductivos. La única diferencia entre hombres y mujeres en esta zona es la forma. En los hombres es una esfera; en las mujeres, es más alargada. Es posible que la forma influya en las conexiones que establece esta zona con otras áreas de cerebro, especialmente del hipotálamo.

Núcleo supraquiasmático


DIFERENCIAS MORFOLÓGICAS ENTRE EL CEREBRO MASCULINO Y EL FEMENINO
CEREBRO DEL HOMBRE
CEREBRO DE LA MUJER
Diferencias de densidad neuronal en ciertas zonas
Área preóptica mayor en los hombres.
Núcleo supraquiasmático esférico.
La estructura que interconecta los dos hemisferios (cuerpo calloso) tiene una mayor densidad de interconexión en las mujeres (tema discutido).
Flujo sanguíneo cerebral más incrementado en las mujeres que los hombres (tema discutido).

En breve: la conclusión que sacamos de la comparación morfológica de los cerebros masculino y femenino es pues bastante desoladora: no existe acuerdo ni siquiera en las proporciones de  ésta, por lo que cualquier teoría relacionada debe por el momento ser considerada provisional.
Parece, pues, que la única forma de encarar la investigación es atendiendo más a las diferencias funcionales entre los cerebros que a las anatómicas.


Diferencias funcionales
Hace unos años, el economista estadounidense Lawrence Summers, presidente de la Universidad de Harvard, se atrevió a irrumpir en el eterno debate con unas declaraciones que todas las feministas, sin excepción, juzgaron desafortunadas. No era para menos: Summers sostuvo que, en términos generales, las mujeres están genéticamente menos capacitadas que los hombres a la hora de ponerse a hacer ciencia. Fue tal el tumulto que Summers tuvo que retractarse[5].
Sin embargo, hay motivos para pensar una vez más que ésta fue una reacción similar a la de la Iglesia ante la teoría de la evolución. De hecho se está incidiendo experimentalmente en este polémico campo desde hace ya casi medio siglo, y los resultados obtenidos hasta el momento muestran que, siempre hablando en términos estadísticos, cada sexo parece poseer unas aptitudes mejor que otras… lo que en definitiva era ya sabido por el hombre de Neanderthal. No debería haber motivo de escándalo si se confirmaran científicamente las suposiciones de Summers, como no lo habría si se confirmaran otras en torno a cualidades femeninas que poseen en menor grado los hombres.
Atribuir las diferencias a la educación (sexista, se sobreentiende) es una hipótesis no siempre confirmada. A estos efectos, fue revelador un experimento realizado en 2002 y dirigido precisamente por una mujer, Melisa Himer[6]. Se puso al alcance de individuos de ambos sexos de muy corta edad juguetes de marcado sesgo sexista: un camión y una pelota, una muñeca y una sartén. Se supone que, si no existen condicionantes culturales, ambos sexos correrán indistintamente hacia cualquiera de los juguetes. Pero -¡oh, sorpresa!- no es así: a tan tierna edad, los sujetos de sexo masculino muestran una clara predilección por el coche y la pelota, y los del sexo femenino, por la muñeca y la sartén. Un tercer grupo de juguetes absolutamente neutros apenas tiene éxito. ¿Por qué, si no han tenido tiempo de contaminar sus preferencias con roles sexistas, se comportan tan sexistamente en su elección? Sorpresa final: los sujetos de la experimentación… ¡eran monos!
La existencia de nuevas herramientas ha permitido profundizar más en el estudio funcional del cerebro. A este respecto, son interesantes los resultados obtenidos por científicas como Doreen Kimura, Sandra Witelson o Eleanor Maccoby –todas mujeres– sobre las diferencias biológicas que existen entre los del hombre y la mujer. Las citadas técnicas de resonancia magnética y tomografía has sido muy útiles para determinar la actividad zonal en forma de la existencia de microcorrientes, lo que sugiere zonas del cerebro activadas para cada tarea intelectual[7].
Esta técnica permite detectar qué partes del cerebro se activan ante determinadas tareas intelectuales lo que, en una asunción razonable –aunque no inobjetable– permite “localizar” la realización de estas tareas en la zona activada. En definitiva, es como suponer desde la calle en qué parte de una fábrica elabora un determinado producto viendo de dónde procede el ruido. Pero, desgraciadamente, nada más sabemos sobre el proceso de elaboración de este producto ni de las conexiones “no ruidosas” entre otros sectores de la fábrica.
De todos modos, estos intentos, comparados con los de la observación morfológica, recuerdan los de la identificación de las personas, para la que se recurrió en el siglo XIX a la antropometría de Alphonse Bertillon. Más tarde la técnica mejoró con las huellas dactilares de Iván Vučetić, y últimamente se ha dado un salto de gigante con la determinación del ADN. Quizás ocurra algo similar con el estudio del cerebro; de momento nos hallamos en una fase de esperanzadora investigación, cuyos resultados hay que analizar con cuidado.
Por ejemplo, un curioso reportaje, publicado hace pocos días por las revistas especializadas, muestra los resultados de algunos experimentos realizados en la universidad de las Islas Baleares gracias a la técnica de la magnetoencefalografía (MEG), que ha permitido calcular tiempos de reacción en fracciones de milisegundo, lo que permite detectar retrasos del mismo orden. Ante la percepción de algo estéticamente bello, las mujeres entran en actividad enseguida los dos hemisferios cerebrales, en el caso de los varones el mismo cometido se efectúa con uno único, el derecho. El estudio fue calificado de “sorprendente” por la prensa, pero en realidad no hace más que reforzar la característica ya sabida de la diferenciación entre los dos hemisferios cerebrales[8].
"Por los resultados –se ha concluido- podríamos deducir que a las mujeres les gusta más el arte abstracto porque intentan buscar unas coordenadas y lo asocian a la belleza, pero por ahora no hay pautas claras".
Este experimento concuerda una vez más en que los varones suelen usar un solo hemisferio cerebral (generalmente el izquierdo) para procesar la información lingüística. Este hecho ya estaba sugerido por hechos como las alteraciones en el habla sufridas más a menudo por los varones que las mujeres cuando han sufrido una lesión en el hemisferio que se encarga del lenguaje. Además, tardan más tiempo en recuperarse, ya que les cuesta más trabajo emplear otras zonas de su cerebro. Las hembras mejoran su memoria en tareas verbales cuando su sangre circula más rápidamente en su cerebro, algo que, al parecer, no sucede en los varones. Su memoria también es mejor cuando hay que acordarse de los rostros de otras personas.
¿Cuál es el origen del distinto comportamiento de unos y otras? Ya hemos comentado antes la importancia de la testosterona, la prehormona segregada (en los hombres, claro) por los testículos, que permite desarrollar los músculos del hombre con muy poco esfuerzo. Las mujeres producen una cantidad mucho menor, que cumple también importantes funciones en la regulación de aspectos como su humor, apetito sexual y sensación de bienestar. Se cree que la testosterona y otras hormonas masculinas son las responsables de ciertas habilidades masculinas como el sentido de la orientación, a la vez que ciertos comportamientos como la agresividad y la impetuosidad. Las diferencias entre los juguetes de los niños y las niñas también se han relacionado con la acción de las hormonas. Es curioso que durante la ovulación y menstruación las mujeres suelen registrar una mayor habilidad lingüística, propia de su sexo, al mismo tiempo que se reduce la capacidad de realizar tareas espaciales, típicamente masculina.
En 1959, los fisiólogos Charles Phoenix, Robert Goy, Arnold Gerall y William Young llevaron a cabo un estudio que se consideró un hito en la historia de la Medicina. Si inyectaban grandes dosis de testosterona a conejillos de indias hembra, sus crías hembra desarrollaban tanto ovarios como genitales masculinos. Si se extirpaban los ovarios y las hembras así manipuladas recibían nuevas dosis de testosterona, se comportaban como machos, incluso montando a otras hembras: el gesto de dominancia masculina en muchas especies.
Robert Goy confirmó los efectos de la testosterona en monos rhesus. No solamente el comportamiento de la hembra se masculiniza, sino que la corpulencia de los machos depende del tiempo que ha estado expuesto a esa hormona antes del nacimiento.
Para ver si las hormonas desempeñan un papel similar en los hombres, científicos de la Universidad John Hopkins y de la Universidad de Columbia observaron lo que hace la propia naturaleza: ¿qué les ocurre a niñas expuestas a tasas anormalmente altas de andrógenos (hormonas masculinas) antes de su nacimiento, a causa de disfunciones de las glándulas suprarrenales? Entre otros efectos, los investigadores vieron que las niñas concebidas con este trastorno eran calificadas por su entorno como "marimachos", preferían jugar al fútbol que con muñecas, empezaban a salir con chicos más tarde que las otras niñas o no mostraban ningún interés por hacerlo.
Resumamos Las diferencias funcionales:

DIFERENCIAS FUNCIONALES ENTRE EL CEREBRO MASCULINO Y EL FEMENINO
CEREBRO DEL HOMBRE
CEREBRO DE LA MUJER
El cerebro de los hombres está funcionalmente organizado de una manera asimétrica evidente en las regiones frontales izquierdas.
El cerebro femenino envejece más despacio
Función más bilateral.



Inteligencia
Es costumbre empezar definiendo los términos de una discusión o tratado. Habrá que hacerlo con la inteligencia, especialmente en Mensa, donde nuestro ingreso se establece a través de un nivel de ésta, caracterizado como un número, el famoso 132 de la escala Binet, o, en otras palabras, el percentil 98. Lo primero que hay que hacer notar es que este número es fuertemente discutible, pues sólo se alcanza a través de una serie de tests siempre más o menos sesgados según el examinador. En el caso de Mensa, por nuestro carácter universal, éstos excluyen la verbalidad y la cultura general. La mayoría de los tests de Mensa tiene un claro sesgo matemático-deductivo, y no es sorprendente que en nuestro club abunden más los ingenieros, economistas y físicos que  los abogados, filósofos y artistas. De hecho, han llegado a florecer en el seno de Mensa Grupos de Interés Especial con nombres como “El hemisferio izquierdo”, definición que a las claras aludía a su sesgo matemático.
Pero hay todavía un segundo factor en el número del CI, que generalmente no es tenido en cuenta. El número al que es asociado no es un cardinal, sino un ordinal. Muchos fenómenos físicos se miden por números meramente ordinales, desde la intensidad de los terremotos hasta la de los sonidos, pero éstos descansan al fin en un concepto físico numérico, lo que no ocurre con el coeficiente Binet. Pero otros carecen del menor componente cuantitativo, como la medición de la dureza de un material, por ejemplo. No es sorprendente, pues, que se hallen tan fuertes discrepancias al ser obtenido el CI por unos u otros examinadores. Un coeficiente de 140 no indica “el doble” de inteligencia que uno de 70, sino un lugar más allá de éste, y de 80, etc., y uno más acá de 150 y posteriores. Las operaciones aritméticas con los CI están “prohibidas”. En suma, que la “medición” de la inteligencia supone en principio una temeridad.
Todos estos preámbulos no tienen otro objeto que ponernos en guardia ante la dificultad del tema que vamos a examinar, no de éste en sí sino de las reacciones que puede provocar entre sus oyentes. Es innegable que nos hallamos en plena recrudecimiento de la guerra de los sexos, y todo el mundo se siente militante en ella. Esto imprime a la discusión tantas dificultades como en el siglo XIX imprimía la discusión de la ley de la evolución donde cada postura se hallaba contaminada por el sentimiento religioso, que por definición es acientífico… pero se comporta pretendiendo tener esa verdad que es sólo una.
No rehuyamos el tema tabú: la comparación entre las dos clases de inteligencia. Pero para ello habrá que recordar la insuficiencia de la vieja definición de inter-ligo, ‘ligar en el interior’, es decir, comprender las cosas y hacerlas “propias” mediante un proceso mental. Pues, ¿cómo sabemos que alguien “comprende” las cosas? Objetivamente, sólo hay un medio: observando y midiendo la forma cómo esta aprehensión del mundo influye en la actuación sobre él.
Es decir, que hoy se tenderá más bien a valorar la “inteligencia práctica”, la que resulta de la capacidad operativa resultante de esa comprensión. De hecho, algunos llegan mucho más allá, y hablan de “inteligencia emocional”, albergando en ese apartado una serie de habilidades todavía mucho más amplias, que antiguamente había sido clasificadas en otros apartados como empatía, locuacidad, entusiasmo, propias de otras esferas, ni siquiera intelectuales.
Estudiando este abanico de “habilidades”, los científicos de Harvard hablaban de “diferencias”. El paso imprudente de Summers fue convertir esos datos en “conclusiones”, y éstas son tanto más subjetivas cuanto menos cuidado se ponga en la “baremación” de éstas. Recurramos a las comparaciones físicas: ¿quién será más “fuerte”, quien corre mucho o quien arroja pesos más lejos? Obviamente depende de qué cualidad valoremos más. De hecho, la clasificación de un atleta de pentatlón variará según cómo puntuemos los resultados de cada una de las pruebas en las que compite con otros. Variando los correspondientes coeficientes, podrá variar la situación del atleta, como lo haría la clasificación de un equipo de fútbol en la tabla según aunque a la victoria se le otorguen dos o tres puntos.
Con lo cual llegamos a una conclusión muy aséptica, pero un tanto descorazonadora: es imposible comparar ambos tipos de inteligencia. Lo cual satisfará a machistas y hembristas (o, si se quiere, a viristas y feministas), pero no nos ha servido para avanzar nada. Las espadas siguen en alto, como con el vizcaíno de marras del Quijote.


El cerebro y  la inteligencia
Los primeros intentos de localizar funciones tan difusas como las intelectuales proceden de los filósofos griegos. Aristóteles consideró que el corazón era el centro del pensar, del sentir y del querer, hecho sin duda sugerido por la actividad dinámica de este órgano, así como su alteración con las emociones.
Sin embargo, el cristianismo asoció la actividad mental del hombre a un hipotético elemento no material denominado alma, concreción de las ideas platónicas. Este “órgano” (si puede llamársele así) espiritual controlaba la vida afectiva e intelectual a través de sus llamadas “potencias” (memoria, inteligencia y voluntad). De hecho, esta teoría aún influye en las actuales concepciones de las funciones de la mente.
Esta primera explicación obedecía al hábito de asignar a la religión el estudio de aquellos hechos para los cuales no había herramientas científicas de estudio. Nada hay en ello de objetable: de hecho, un comportamiento similar se ha seguido para explicar fenómenos como los movimientos de  la Tierra, la estratificación geológica o, modernamente, otras actuaciones como el control de la natalidad.
Estamos hoy en condiciones de asignar correctamente los procesos intelectuales a una fuente material, aunque no siempre sus funciones sean comprendidas, como sucedió en su día con la electricidad, que era capaz de iluminar una ciudad o mover potentes motores antes de que se comprendiera su naturaleza.
En la visión actual no cabe duda de que el cerebro es la fuente de todos los procesos intelectuales, aunque no siempre la naturaleza de éstos ha sido totalmente comprendida. Gozó de triste fama el aforismo del médico Oskar Vogt (1870-1959) cuando dijo: «Entre la inteligencia y el cerebro hay la misma relación que entre la bilis y el hígado, o la orina y los riñones.» Esta expresión provocó tantas injurias, que el mismo Vogt, previsoramente, la hizo preceder de las siguientes palabras: «Para expresarme en cierto modo rudamente.[9]»
Sin embargo, hay que pensar que Vogt utilizó un mal símil, eligiendo secreciones y excreciones. Mejor hubiera hecho llevando la analogía a otros campos, como las cuerdas vocales y la voz. Desde luego, una cosa es el aparato productor de un producto y otro este producto, especialmente cuando no es material. En coche no es un productor de humos ni de CO2, sino de movimiento. En ese sentido, ver los pensamientos y la actividad intelectual como un producto (no un subproducto) del cerebro no está tan fuera de lugar.
Más penetrante es la famosa frase de William James, un postulado básico de la psicología afirma que no hay ni un solo estado de nuestras mentes, elevado o decaído, sano o enfermo, que no tenga algún proceso orgánico como base. Esto no es negar el valor transmaterial de estos estados, pero la determinación de éste es una cuestión fideísta, no fisiológica ni psicológica.
Ya hemos hablado del estudio de las microcorrientes, que sugieren una “localización pensante”. De hecho, para unos el cerebro es un mosaico en el que se sitúan sus funciones propias de forma zonal, especialmente en la superficie, a la manera de una fábrica. Pero otros prefieren una visión holística: todo el cerebro participaría en cada una de sus funciones, a la manera de un ordenador. No podemos dejar de señalar esta teoría con la antigua animista, que situaba el alma “toda y en cada una de las partes del cuerpo”[10].
La primera teoría se centraba en los ya vistos temas morfológicos, hoy perfeccionados. Pero sería un error no aplicar a ese estudio la observación de las conductas propias de cada sexo, sin dejar de compararlas con las características observadas, en busca de una correlación.


Tradicionales diferencias conductuales entre el hombre y  la mujer
Advirtamos que, siendo éste un tema tan estudiado, se ha pretendido en la mayoría de las ocasiones obtener unas conclusiones de una viabilidad no proporcionada con los medios con que se han obtenido. Se trata en general de resultados más periodísticos que científicos.
Por ejemplo, del tamaño del cerebro se ha pretendido una inferioridad en las funciones cerebrales femeninas. Ya hemos visto que éste es un dato irrelevante. Otro más es las distintas cualidades de los hemisferios derecho e izquierdo, que se ha pretendido correlacionar con la feminidad y la virilidad, respectivamente.
Apresurémonos a decir que, pese a la tinta que se ha vertido sobre este tema, está lejos de estar totalmente probado, ya que el número de sujetos estudiados es insuficiente para poder hablar de conclusiones realmente científicas. Volviendo por un momento a las citadas teorías sobre el cuerpo calloso, de ser cierto que está más desarrollado en la mujer, esto podría corresponderse con una mayor conectividad, lo que explicaría la mayor capacidad femenina para dedicar su atención a distintos frentes. Es conocida la fama de las conversaciones en una mesa entre varias mujeres para que cada una pueda captar lo que dicen todas las demás. Pero esto tiene un precio: la dispersión, la mayor dificultad para concentrarse en un tema determinado. En cambio, el hombre es capaz de abstraer su atención del exterior. Ambos hechos se corresponden con las observaciones, pero la misma característica entra en contradicción con la tradicional “estructura mental unitaria” que tradicionalmente se atribuye a la mujer, en contraposición con la “tabicada” masculina. Habrá que seguir .profundizando en el análisis de los comportamientos para poder relacionarlos, de manera carente de prejuicios, con la estructura cerebral.
Otro par de tópicos en contradicción: se ha dicho que el sexo masculino es una simple especialización del femenino, que sería sí el “sexo universal”, basándose en que el cromosoma Y “sustituye” a uno de los X presentes en la mujer. Pero, por la misma razón, también se ha dicho que la diferenciación sexual masculina es activa, porque está vehiculada por el cromosoma Y, que las mujeres no tienen, y por tanto la diferenciación de la mujer sería por defecto, otro enfoque absolutamente sesgado.
Todo apunta pues a que las diferencias entre ambos son psicológicas, y en todo caso quedan reveladas por los distintos comportamientos. Con lo cual se entra de pleno en distinguir hasta qué punto las diferencias conductuales son debidas a predisposiciones o funcionamientos intrínsecos o son productos meramente culturales, frutos de la tradicional diferenciación de roles.
Tradicionalmente se considera el talento como resultado de la reflexión, despreciando el saber de los antiguos, que consideraban la intuición como la forma más perfecta de sabiduría: aquélla que se adquiere de forma inmediata, por “visión total” del conjunto. Los escolásticos consideraban que el saber de Dios era intuitivo, puesto que lo conocía todo de manera inmediata, sin tener que recurrir al proceso reflexivo del hombre, que consume tiempo y está expuesto a errores.
Por supuesto, éste es el punto débil del saber intuitivo, y por eso no es extraño que haya ido siendo menospreciado a medida que el hombre creía menos en revelaciones como fuente de su saber y ponía sistemáticamente en duda cartesiana la actuación de fuerzas mágicas. Pues a la larga la comprobación de los posibles errores fruto del saber intuitivo debe hacerse a priori especulativamente, lo que lo inhabilita cuando lo que se busca es ante todo seguridad.
Sin embargo, hoy se abre camino la idea de que el llamado “saber intuitivo” es en muchos casos un “atajo” hacia a realidad similar al que efectúan los calculadores rápidos. No se trata de confiar en fuerzas mágicas como productoras del saber, sino de prescindir de pasos intermedios ya más que conocidos, lo que en definitiva produce una economía en medios importante. El maestro internacional de ajedrez no estudia todas las combinaciones posibles, sino que confía en su “intuición” para desechar de plano de su análisis aquellas que “intuitivamente”sabe que no le van a conducir a ninguna ruta de juego viable.
Sin embargo, también aquí se hallan algunas contradicciones. Se ha señalado que el hombre posee en mayor abundancia los “inhibidores latentes”, gracias a los cuales puede aumentar su concentración. Un inhibidor latente es capaz de facilitar la obtención de información procedente de distintas fuentes, mediante un proceso de abstracción de aquellos aspectos superfluos de la realidad circundante. ¿Y cómo “sabe” la mente qué aspectos son superfluos? Sin duda juega aquí la experiencia, pero también un proceso de intuición. El proceso podría asimilarse al de un cazador, atento a las señales ópticas y acústicas que emergen del medio que está recorriendo, pero sólo de aquéllos que pueden tener relación con el movimiento de la pieza que intenta cobrar.
Resumiendo:

DIFERENCIAS FUNCIONALES
ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER
HOMBRE
MUJER
El hombre está más capacitado para laconcentración.
Mejor capacidad espacial y de orientación.
Resolución de problemas centrada en la meta
Más social; está mejor adaptado para trabajar en equipo.
Más diestro en las matemáticas o la composición musical.
Los juegos de niños son más agresivos.
Mejor capacidad para la captación de esquemas abstractos.
Más predisposición para el estudio y manejo de maquinaria y mecanismos.
Más colaborador, especialmente con los de su mismo sexo.
Soporta mejor el estrés.
La frustración masculina tiende más a impetuosidad y la irascibilidad, pero también a la audacia.
Comportamientos destructivos.

La mujer puede realizar más tareas intelectuales simultáneamente.
Puede identificar emociones ajenas con más precisión.
Resuelve los problemas centrándose en elproceso.
Menos solidaria, especialmente entre su mismo sexo.
Mejor capacidad para el lenguaje
Más relajada la lógica formal; pero más intuitiva.
Más destreza manual.
Aprende a leer antes.
Percibe mejor el talante de sus interlocutores.
Más facilidad para los idiomas.
Mejores relaciones interpersonales.
Más paciente para enfrentarse a retos difíciles.
Tendencia a no exhibir innecesariamente su talento en los grupos mixtos.
Comportamientos depresivos.


Conclusiones finales
Seguimos pues como al principio. Estas diferencias, ¿son intrínsecas como el sexo o el resultado de una adaptación social, incluso milenaria?
Los partidarios de la psicología conductista han intentado explicar esas distintas orientaciones sexuales a través de los estadios más primitivos de la especie humana. El hombre primitivo habría salido con otros a la caza, labor que exigiría una fuerte cooperación, visión de conjunto y aplicación de la lógica formal, cualidades que habría ido desarrollando con los años hasta convertirse en mutaciones. Por el contrario, la mujer, relegada a la “cueva” (o en todo caso a un ambiente más fuertemente social) para la cría de los niños, estaría habituada a captar situaciones más complejas simultáneamente, lo que desarrollaría en ella habilidades como manejarlas, o una fuerte insolidaridad entre las de su misma especie.
Posteriormente, ya en una fase de sedentarismo, las mujeres se habrían dedicado a la agricultura, mientras que los hombres continuaban con su primitiva dedicación de la caza mediante la práctica de la guerra. Entonces, las mujeres (recolectoras) habrían tendido a ser más conscientes de los objetos situados en su entorno y se fijarían más en la posición de las cosas; los hombres (cazadores), en cambio, utilizarían estrategias de orientación basadas en conceptos como la distancia y la situación respecto a los puntos cardinales. Estas diferencias están relacionadas con actividades diferentes en las mitades izquierda y derecha del cerebro, o hemisferios.
De hecho, han tenido éxito algunos bestsellers recientes basados en estas concepciones, pero la verdad es que no nos quedamos satisfechos totalmente con esa explicación conductista. De hecho, sí existen diferencias entre ambos cerebros, y parece imprescindible fijarnos en ellas como posibles claves de los comportamientos sexuales.
Hay opiniones para todos los gustos, pero tanto unas como otras adolecen demasiado a menudo de intencionalidad. Es frecuente ver aseveraciones aparentemente científicas en las que se contrapone a cada dato que suponga puntos a favor de un sexo otro que los suponga a favor del otro.
En realidad, podríamos decir que la cuestión es insoluble, como en el caso del deportista de pentatlón. Puestos a establecer una “competición”, las cualidades de un sexo podrán siempre quedar compensadas por las del otro… o discutirse incluso si éstas son realmente cualidades o el simple reflejo de un modo de ver las cosas.
Renunciemos, pues, a todo afán competitivo y limitemos a lo que ya sabíamos: que unos y otros son distintos. El realismo impone establecer patrones igualitarios, pero no como resultado de una medición, sino de una simple consideración de la personas como seres humanos, sea cualquiera la forma, raza, color o sexo en que éste se manifieste exteriormente.
Es imposible dejar de mencionar, como una diferencia significativa, el actual papel de la mujer en la sociedad, que sigue siendo muy distinto al del hombre, y en la mayoría de los casos subordinado a éste. ¿Cuáles son las razones?
La respuesta feminista es inmediata: la tradicional sujeción de la mujer al varón ha acabado creando una situación de dependencia, que será muy difícil erradicar. Sin embargo, ésta no es una respuesta científica. ¿Existen leyes intrínsecas que fijan inevitablemente esa subordinación? ¿O se trata de un problema no de rol sino de actitud, de que el varón considera automáticamente el rol femenino como “inferior” al suyo? Yendo un paso más allá, ¿no se tratará todo de una fachada aparente, una comedia desempeñada por unos y otras, pero que esconde una red de dominaciones no aparente pero cierta? Seguro que muchos, tanto varones como mujeres, darían esa respuesta.
La respuesta, un tanto desoladora, es que no hay evidencias científicas que señalen una mejor “dotación” para unos u otras, ni tampoco que las señalen en contra. El maremágnum de objeciones contra cualquier asomo de decubrimiento de alguna cualidad presente sólo en uno de los sexos en tan apabullante que hace imposible pronunciarse con rigor.
La mujer se va incorporando gradualmente a actividades tradicionalmente consideradas propias de los hombres, por lo que toda estadística basada en los porcentajes respectivos de presencia es hoy por hoy irrelevante, por cuanto refleja sólo un estado de transición hacia una situación de normalidad. Será muy interesante ver, cuando se alcance, los porcentajes en que se estabilizarán ambas presencias.
Una pregunta que se nos hace a menudo a los miembros de Mensa es por el porcentaje de mujeres en el club, y cuando la respuesta es el 20 %, surge el deseo de saber el por qué.
Bueno, ante todo hay que decir que hace veinte años, cuando empecé a presidir la sociedad, era sólo de un 10 %, cifra por cierto similar a la que he observado en otras con las que tengo relación, desde la Sociedad de Onomástica al Club de Fútbol Barcelona, por dar dos ejemplos muy dispares. La respuesta es sencilla: la mujer está integrándose en la vida cultural y asociativa, y existen unos factores inerciales de siglos que no se pueden negligir. Sin embargo, este paso del 10 % al 20 % indica un progreso en la equiparación de los dos sexos.
Pero en el caso de Mensa pudiera haber además otro factor intrínseco, que es el propio tipo de tests utilizados para el ingreso en la asociación. En principio éstos tienen como objetivo “medir” la inteligencia, pero, por simples limitaciones logísticas, es claro que resulta mucho más fácil someterse aun test consistente en resolver unas pruebas sentado en una mesa que discernir entre una multitud de estímulos simultáneos cuáles deben ser seleccionados. Las pruebas de Mensa suelen ser de corte lógico-matemático, y ya hemos dicho que en esta actividad, concentrada en el hemisferio cerebral izquierdo, destacan más los varones.


Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo el cerebro.
Jacinto BenaventeBibliografía consultada

Louann Brizendine: El cerebro femenino. Eds. RBA, Barcelona, 2007.
Isabel Güell: El cerebro al descubierto. Ed. Kairós, Barcelona, 2006.
José Antonio Marina: La inteligencia fracasadaEd. Anagrama, Barcelona, 2005.
Kart H. Pribram & J.Martín Ramírez: Cerebro y Conciencia. Ed. Díaz de Santos, Madrid.



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