martes, 28 de diciembre de 2010

Somos adictos al amor

Detrás de los sentimientos hay una tormenta de químicos
Somos adictos al amor
Tres sistemas nos empujan a formar relaciones estables y a tener hijos. Tenemos sexo y amamos porque eso hace que nuestro cerebro se sienta bien.
4-Marzo-06

Es común que cuando dos personas no se llevan bien diga uno que “no hubo química” entre ellos. Lo decimos en broma, pero en realidad las relaciones entre personas -y más en particular las relaciones amorosas- son en efecto una danza de químicos. Literalmente, el amor es una adicción química, y las personas somos adictas al amor..

Acaso suene exagerado, pero muchos científicos, entre ellos la doctora Helen Fisher, de la Universidad Rutgers, coinciden en que una relación amorosa, que empieza por la atracción y termina con una familia, está mediada por tres importantes sistemas de socialización que por un lado se relacionan con un sentimiento y por el otro con una o varias hormonas.

Los sistemas en cuestión son la lujuria (el deseo), el amor romántico y la adhesión de largo plazo. La evolución nos dio estos tres sistemas para permitir tres fenómenos útiles: el apareamiento, la formación de parejas y la paternidad.

El primer paso requiere que haya atracción: todo empieza cuando un hombre y una mujer, por usar el ejemplo arquetípico, se dirigen miradas y se gustan. ¿De qué depende que se gusten?

La idea común es correcta: a los hombres se les alborota la hormona más con “estímulos visuales”. Algo en el cerebro nos hace preferir parejas con mejores posibilidades reproductivas. Esto significa, por ejemplo, que ciertas mujeres nos son más atractivas que otras. En particular, en Occidente tendemos a preferir mujeres cuya cintura mide más o menos un 70 por ciento de lo que miden sus caderas (desde Marilyn Monroe hasta Kate Moss o la Venus de Milo).

Esto no es arbitrario, aunque lo parezca. Las mujeres con esta relación cintura/cadera se embarazan con más facilidad, tienen menos abortos espontáneos y probabilidades más altas de llevar un embarazo a feliz término. Una relación cintura/cadera del 70% es casi una garantía de paternidad.

En el fondo todo se reduce a lo siguiente: los elementos en los que se basa la atracción están todos bajo control de las hormonas sexuales. En las mujeres son los estrógenos, y en particular el estradiol, las moléculas que determinan el rostro y la forma del cuerpo cuando la mujer pasa por la pubertad.

En el caso de los hombres, la hormona es la testosterona, y promueve el crecimiento de rasgos que tienden a gustarle a las mujeres: pómulos marcados, mandíbula fuerte, hombros anchos, indicadores todos ellos de virilidad y buena salud.

Para acabar pronto, detrás de la primera etapa del amor, que es el acercamiento de dos personas, están las hormonas que los hacen mutuamente atractivos. La atracción nos deja acercarnos, y el sexo resultante genera en el organismo de ambos una tormenta bioquímica: suben los niveles de hormonas como la serotonina, la oxitocina, la vasopresina y los opioides endógenos. El sexo deja a los partícipes como si se hubieran drogado.

Los humanos compartimos con algunos otros animales una tendencia a la monogamia; enfocamos nuestra atención amatoria sobre una sola persona. Y es que después de la atracción sexual existe el amor romántico, tan real que se puede medir y tan poderoso que produce pasiones violentas recogidas por literatos de todos los tiempos.

El enamoramiento incluye sentimientos de regocijo y pensar de manera obsesiva en el objeto de nuestro afecto. La doctora Fisher equipara los patrones de comportamiento de los enamorados con los de personas afectadas por el desorden obsesivo compulsivo.

Analizando los cerebros de estudiantes perdidamente enamorados, los científicos descubrieron tres cosas: 1) el efecto se da en una zona del cerebro relativamente pequeña. 2) El amor activa en el cerebro partes distintas a las que evocan otras emociones como el temor o la ira. 3) El amor genera en el cerebro una euforia equivalente a la que inducen drogas como la cocaína. “Literalmente estamos adictos al amor”, dice la doctora Young.

En el caso del amor, las áreas cerebrales que usamos tienen una elevada concentración de sitios donde se fija la hormona dopamina, la cual forma parte de los circuitos neurales relacionados como el acto de sentirnos bien. Si la dopamina existe en concentraciones por encima de las normales, el resultado es una atención muy precisa y una motivación muy firme, dos de los rasgos del enamorado perdido.

Ahora, el amor romántico no es garantía de duración. Por eso se requiere del tercer sistema social, que produce conexiones perdurables para que la pareja tenga hijos y siga unida hasta criarlos.

En esta última fase se liberan oxitocina y vasopresina. La primera es responsable en parte de los orgasmos, los mimos y la sensación de paz que produce el intercurso sexual. Y la vasopresina es parte de lo que podríamos llamar los circuitos recompensadores del cerebro; su presencia hace que nos sintamos bien y contribuye a que nos hagamos adictos.

Así es el amor. En palabras de Stuart Carter, de FirstScience.com, “sexo, deseo y amor son resultado de una embriagadora mezcla hormonal diseñada para alentar la reproducción humana. Y es este coctel químico el que en realidad hace que el mundo gire”.

- Claves

Todo es química

• Cuando en roedores monógamos se bloquea la liberación de oxitocina y vasopresina, dejan de ser fieles.

• Si se inyectan estas hormonas a otros roedores, siguen igual, porque carecen de receptores apropiados en el cerebro.

• Para que la evolución pueda funcionar, tiene que haber variaciones: unos roedores son más fieles que otros.

• Los tres sistemas son independientes, así que es posible desear a una persona, amar a otra y tener hijos con otra. Ni hablar.

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