jueves, 30 de diciembre de 2010

Los demás condicionan nuestras emociones

Brian Parkinson, psicólogo social
Cuando pensamos en emociones, creemos que son sólo una cuestión personal. Pero las últimas investigaciones demuestran la enorme importancia de las relaciones sociales para las emociones. Basta pensar en lo que sucede en un campo de fútbol y en cómo el comportamiento de los demás contamina la forma en que expresamos nuestra emoción cuando se produce un gol.
Fecha de la entrevista: 2007-09-20
Lugar de la entrevista: U. de Oxford
  • Perfil académico de Brian Parkinson en la web de la U. de Oxford.
  • En el futuro habrá ordenadores tan complejos que se les tratará como a personas,entrevista a Brian Parkinson publicada por el diario ABC (link alternativo).
Brian Parkinson tiene un interés especial en descubrir la relación entre las emociones básicas del ser humano y lo que se llama la “inteligencia social”, la capacidad de relacionarnos con otras personas. De su mano, descubrimos cómo se contagian las emociones en un grupo o cómo validamos nuestros propios sentimientos en relación con los demás.

Clip de la entrevista entre Punset y Parkinson.
Eduard Punset:
Al hablar de las emociones, dices que hay que tener en cuenta que las interrelaciones con los demás, con los grupos, son muy importantes. ¿Qué quieres decir exactamente?
Brian Parkinson:
A menudo, imaginamos que las emociones sobrevienen de repente y que son el resultado de interpretaciones muy personales de lo que nos sucede. Pero si consideramos nuestras experiencias emocionales cotidianas, resulta evidente en primer lugar, que en su mayoría tienen que ver con otras personas. Por ejemplo, nos disgustamos cuando alguien dice algo que nos ofende. Pero nos olvidamos que estas evaluaciones e interpretaciones que hacemos mediante las emociones están condicionadas por lo que los demás sienten y piensan. Todas las expresiones faciales y conductas no verbales influyen también en nuestras propias emociones. Por tanto, si nos centramos exclusivamente en los aspectos individuales de las emociones, nos perderemos una parte enorme de información.
EP:
Y no sólo se trata de la imaginación. Pensemos por ejemplo en las personas que padecen depresión. ¿Qué sucede con estas personas? Sus emociones dependen realmente de cómo se comporten los demás hacia ellos, ¿verdad?
BP:
Creo que sí, por lo menos en algunos casos de depresión en los que me parece muy aplicable una teoría interpersonal de la depresión desarrollada por James Coyne, en los Estados Unidos. En líneas generales, Coyne dice que la expresión de la depresión tiene como objetivo que los demás te consuelen y te brinden algún tipo de apoyo. Pero si las expresiones que buscan el consuelo se prolongan demasiado y se vuelven demasiado intensas, entonces los demás sufren una especie de fatiga de compasión y no pueden seguir consolándote si eso no mejora nada la situación.
EP:
Se hartan.
BP:
El problema es cómo reacciona la persona deprimida ante este abandono  aparente de las personas más cercanas. Muchas veces, lo que hace la persona deprimida es intensificar sus quejas como una especie de intento desesperado de restablecer el consuelo de los demás en lugar de reconocer que se ha quejado mucho últimamente. Y lo único que consigue es que los demás se aparten todavía más.
EP:
¿Hay alguna manera de revertirlo?
BP:
Puede ayudar que la persona deprimida se someta a terapia cognitiva en la que el terapeuta se centre en las interpretaciones de cómo responden los demás y en hacerle notar que las personas no la rechazan en realidad. Esto puede generar un cambio de actitud en su manera de responder a los demás que, a su vez, detiene la depresión. Pero el motivo por el que alguien deprimido cree que los demás le rechazan es porque los demás hasta cierto punto sí que le rechazan cuando está deprimido, cuando se queja demasiado.

 
(Imagen: Smartplanet)
¿Culturales o universales?
EP:
Ha habido un debate durante años en tu profesión sobre las emociones. Unos decían que las emociones son universales y que todo el mundo las expresa de la misma manera, mientras que otros afirmaban que existen dialectos emocionales.
BP:
Creo que los psicólogos se han preocupado demasiado sobre este tema. Hay una respuesta sencilla a la pregunta de si las emociones son universales o culturales: algunas partes de las emociones son universales, y algunas partes son culturales, pero ambas cosas están ligadas. La cultura ha surgido como consecuencia de una predisposición biológica y de la tendencia de relacionarse con los demás de una manera concreta. Y la biología, que funciona a través de la selección natural y de la evolución, recurre a aquello que ya existe en el entorno social.
EP:
¿Por ejemplo?
BP:
Se suele discutir si los niños experimentan cierto tipo de emociones gracias a la socialización o bien si están preprogramados biológicamente para sentir estas emociones. Se podría argumentar que, incluso si la influencia de la aportación de los padres es muy grande en este sentido, la manera en la que los padres responden a los niños también está determinada hasta cierto punto por su estructura biológica. La biología y la cultura están tan inextricablemente unidas, que no tiene demasiado sentido hablar de ellas por separado.
EP:
Hubo un estudio que demuestra cómo las expresiones de las emociones cambian según la cultura.
BP:
Fue un experimento famoso realizado por Wallace Friesen y presentado por Paul Ekman, a principios de la década de 1970. Este estudio ofrece una demostración de que los estudiantes japoneses tienen una manera diferente de expresar sus emociones que los estudiantes estadounidenses.

 
(Imagen: Smartplanet)
EP:
En el experimento, se les mostraba a los estudiantes una película desagradable, ¿verdad?
BP:
Exacto. Se les mostró una película con imágenes de operaciones médica que inspiraban asco y repugnancia a la gente. En la primera fase del experimento, tanto los estudiantes japoneses como los estadounidenses vieron estas películas individualmente mientras se grababan sus expresiones faciales. En esa fase, no hubo diferencias demasiado grandes entre ambas culturas y todos reaccionaron de un modo bastante parecido a las imágenes. Pero, en una fase posterior, se les volvió a mostrar la película mientras un experimentador entrevistaba a los estudiantes grabando nuevamente sus expresiones faciales. En ese entonces, las expresiones de los estudiantes japoneses y estadounidenses fueron muy distintas.
EP:
Debido a la presencia del entrevistador…
BP:
La interpretación habitual es que las emociones experimentadas en ambos grupos son idénticas, pero los estudiantes estadounidenses se sienten libres para exteriorizar sus sentimientos reales, mientras que los japoneses ocultan su verdadera sensación de repugnancia porque, debido a su cultura, se les ha enseñado a no mostrar emociones negativas delante de una autoridad ocultándolas con expresiones más positivas.
EP:
Exacto.
BP:
Sin embargo, hay otras interpretaciones posibles a lo que sucedió en este experimento. Alan Fridlund, que tiene una visión alternativa de cómo funciona la expresión facial, sostiene que lo que en realidad sucede es que el contexto social es diferente para estos dos grupos de participantes. Los estudiantes no sólo reaccionaron a la película sino también al entrevistador. Y puede que los japoneses, por motivos de cortesía, hayan prestado más atención al entrevistador que al contenido emocional de la película y por eso hayan mostrado interés y sonreído educadamente al entrevistador; mientras que los estudiantes estadounidenses no hayan tenido ningún problema con seguir concentrándose en la película y expresar sus emociones.
Diferentes palabras, mismas emociones
BP:
Es evidente que existen diferencias interculturales en el lenguaje de las emociones. Algunas culturas tienen palabras para expresar emociones que carecen de una traducción directa a otras lenguas. Por ejemplo, los japoneses dicen “amae” para nombrar una emoción que significa una especie de entrega infantil a alguien que nos cuida. Podemos entender cómo debe de ser ese sentimiento por más que no tengamos una palabra para expresarlo. El hecho de que un idioma preste suficiente atención a una emoción para codificarlo en la lengua debe significar que se trata de una emoción especialmente importante en esa cultura, lo que probablemente implique que reconocen esa emoción más a menudo que en otras culturas. Pero eso no implica que las personas de sociedades distintas no tengan las mismas experiencias individuales. Sólo se trata de su manera de responder a dichas experiencias.
EP:
La expresión de la tristeza es un ejemplo claro de lo que acabas de explicar, ¿verdad? En algunas culturas no tienden a ocultar esta emoción sino a transformarla en algo divertido.
BP:
En Tahití, se hizo un estudio antropológico muy importante que muestra que allí, la postura ante la tristeza es totalmente distinta. Esto tiene varias explicaciones. Puede ser que esa sociedad esté organizada de tal manera que no haya tantas ocasiones para la tristeza como en nuestra cultura, aunque no creo que eso lo explique totalmente. Otra posibilidad es que estas personas hayan aprendido otra forma de responder a las situaciones tristes, transformándolas en otro tipo de emoción, en otras maneras enfrentarse a lo que sucede.

 
El jardín de los conceptos exóticos.
EP:
En el mundo occidental, seguimos tendiendo a contraponer la emoción con la racionalidad. ¿Hemos avanzado algo en este debate?
BP:
Dentro de la psicología de las emociones, ha habido una especie de regreso a la idea de que las emociones pueden considerarse como reacciones razonables y funcionales, que cumplen un objetivo muy racional. Muchas emociones surgen cuando las representaciones convencionales sobre cómo abordar una situación se rompen, cuando hay dos personas con dos posturas que no encajan. Y ciertos problemas en nuestra sociedad no tienen una solución lógica y racional. Cuando tenemos dos perspectivas irreconciliables, este tipo de situación siempre generará algún tipo de reacción emocional. Creo que las emociones son justamente un intento de reajustar perspectivas que no acaban de encajar, para las cuales no existe una manera lógica de llegar a una síntesis. Esto sucede incluso con las emociones positivas como el orgullo. Esta emoción consiste en decir: “merezco que se me reconozca el mérito, así que debes ajustar tu actitud hacia mí para tener en cuenta que he conseguido este éxito concreto”. Es una manera de reajustar relaciones para reconocer un cambio de estatus y esto no es algo que tenga una base lógica absolutamente racional.

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