martes, 28 de diciembre de 2010

“El amor no nace, se hace”

“El amor no nace, se hace” –a pesar de la posibilidad de flechazos y
de amores imposibles-, en la medida en que paulatinamente, a lo
largo de la vida, se van construyendo los sistemas cerebrales que
dan cuenta del amor. Si bien la absoluta dependencia de los bebés
hacia su madre, o del niño hacia sus padres, y viceversa, suele
etiquetarse de “amor”, más acertado es identificarlo como “apego”,
amor filial o amor parental.
Hasta la pubertad no se ponen en marcha los procesos necesarios
para que la reproducción sea posible. Los mecanismos cerebrales
implicados en el amor tampoco pueden considerarse funcionales en
su totalidad, si bien los sistemas de recompensa cerebral están
suficientemente maduros como para motivar muchas de las
características de la conducta adolescente que ya se han analizado
en otra publicación previa17.
El amor no sólo es actividad cerebral, sino que, como cualquier otra
experiencia, va cambiando los cerebros de quienes lo
experimentan, aunque seguramente de modo más intenso que
cualquier otro estímulo o vivencia que pueda experimentarse.

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